lunes, 13 de agosto de 2012

ET


El grito irrumpió en la redacción y alteró el tenso silencio que se había generado. “Telpucqqq!” se escuchó en el preciso instante que el defensor se disponía a patear el penal decisivo. De inmediato, un nuevo alarido, esta vez colectivo, superó al anterior entre risas y felicitaciones. Gonzalo asomó la cabeza por encima de su computadora y vio la reunión que espontáneamente se había producido alrededor de la TV. Giró su cabeza hacia la derecha y recurrió a alguien de mayor experiencia para sacarse la duda en torno a ese episodio.
- ¿Qué fue eso?
- La definición por penales del partido de Argentina. Cuando llegue algo por cable armate una nota de 1500 caracteres.
- Bueno lo hago, pero no me refiero a eso. ¿Qué fue el grito que hizo Toti y los festejos que le siguieron?
- El grito fue algo que no puedo reproducir y los festejos el resultado de esa acción. ¿Vos crees en mufas?
Gonzalo contestó con un gesto entre negación y duda, lo que abrió la posibilidad a un nuevo planteo de parte de Joaquín.
- Bueno si no crees, a partir de ahora vas a creer. Lo que gritó Toti fue el apellido del Jefe de Interés General, una persona que de solo nombrarlo puede cambiar el curso de los mares. Es un piedra de tamaño inconmensurable. ¿Lo conocés?
Gonzalo agitó la cabeza dejando en claro que no sabía de lo que le hablaba. Apenas tenía 15 días en el diario y conocía a sus compañeros en la sección de Deportes y a un par de paginadores. No tenía noción de quién era el Jefe de Interés General.
- Te cuento como viene la mano, pero primero agarráte el huevo derecho sino no te digo nada.
Gonzalo acató la orden y llevó su mano hacia el testículo derecho imitando el gesto que llevaba a cabo Joaquín desde que se había emitido el primer grito.
- Lo que oíste es el nombre de ET: Esteban Telpucq. Su fama de mufa nació mucho antes de entrar a este diario pero desde que llegó parece haberse potenciado. Si lo nombrás se puede desatar algo que ni vos ni nadie puede controlar. La mala suerte te puede perseguir y afectar seriamente tu vida. Son fuerzas que nadie puede manejar.
- ¡Jajajaja dejame de joder! ¿Qué me viste la cara de boludo? No puedo creer que alguien tan inteligente como vos crea en esas cosas. Los mufas no existen, son un invento popular. ¿Tenés alguna prueba?
- ¿Si tengo pruebas? Acabás de ver una y no querés creer. Si tanta seguridad tenés, salí a la calle y nombralo, después contame lo que te pasa.
Gonzalo esbozó una sonrisa pero comprobó que su compañero no hablaba en broma. Después de trabajar en la nota, se tomó unos minutos de su tiempo libre para meterse en el tema de los mufas. Buscó por internet y allí encontró una definición que le pareció poco académica pero que lo esclareció en el asunto: “(mufar) Ponerse de mal humor; transmitir mala suerte a alguien o algo; leáse también yeta, piedra y/o tosca”. Todavía incrédulo, decidió poner la palabra mufa en el buscador de imágenes. Su sorpresa fue mayúscula al ver todo tipo de personalidades y famosos, algunos que hasta él mismo apreciaba. Un ex presidente, un fallecido cardiocirujano, varios cantantes, una cantidad parecida de actores y algunos periodistas engrosaban la lista de personalidades tristemente célebres gracias a su mote de portadores de malos augurios.
Una hora más tarde, la teoría de su compañero se vio reforzada con la llegada de otro. Aníbal estaba en las antípodas de Gonzalo. Creía en absolutamente todo y hasta desconfiaba de aquellos que se mostraban escépticos. Enterado de las preguntas del novato, no dudó en encararlo con fines evangelizadores.
- ¿Cómo es eso que no crees que ET es mufa?
- No es que no creo. Me cuesta entender que una persona por el solo hecho de nombrarla puede afectar nuestra vida o desatar una tragedia.
- O sea que para vos esto es un juego. ¿Me vez cara de boludo a mi?
- ¡No pará! No dije que no creo, solo que me cuesta.
- Bueno, escuchame bien y después decime si crees o no. Hace unos cinco años, me compré un auto con los ahorros que pude juntar de este laburo de mierda. Conseguí un Fiat 147 en buen estado, que lo había usado un jubilado y que tenía menos de 20 mil kilómetros. Al principio desconfié, pero cuando lo vio mi cuñado que es mecánico, decidí comprarlo. Después de hacer los papeles me vine todo contento para el diario con el autito. Cuando llegué, ET estaba fumando en la puerta. Al verme llegar con un auto se le cayó el culo de la sorpresa y me felicitó con su habitual falsedad. Lo miró de punta a punta, lo acarició, pateó de puntín las ruedas… no le quedó lugar por indagar. A la tarde la Vieja me ordenó salir a hacer una nota y a ET no se le ocurrió mejor idea que pedirme que lo llevara hasta el centro. Se bajó del auto y a las dos cuadras ¡A las dos cuadras! empezó a salir humo negro del capó. Me bajé aterrado y cuando lo abrí el fuego se extendió por todo el motor. No llegué a agarrar el matafuego y con el aire las llamas se expandieron aún más. Después se rompieron los vidrios, agarró el interior y chau autito nuevo. Destrucción total. Con tanta mala leche, que no había llegado a asegurarlo porque a eso iba cuando la Vieja me pidió la nota y ET que lo llevara al centro. ¿Te das cuenta? ¿Crees ahora?
Gonzalo se quedó mudo.  Trató de disculparse con Aníbal pero solamente atinó a agachar la cabeza y a concentrarse en su tarea. Pero estaba inmóvil, miraba fijo el monitor de la PC y no hacía más que clickear en las diferentes imágenes de aquellos que el mundo consideraba mufa. Su estado hipnótico se rompió al escuchar los pasos que venían desde el pasillo.
Botas de cuero marrón, jeans ajustados, camisa a cuadros chicos con el pecho abierto y un saco azul de terciopelo vestían al tan mentado ET. El fuerte sonido de su andar se explicaba por una pronunciada chuequera que hacían de sus piernas un auténtico paréntesis y lo llevaban a taconear en cada paso. Medía menos de 1,70 pero su pose parecía de alguien superior. Pelo corto, peinado hacia atrás con abundante gel para detener los rulos de su cabellera, barba candado y anteojos de sol finitos. Saludaba con un aire sobrador y con una voz impostada pero no de manera natural sino forzada, artificial. Pocos lo miraban y saludado por aquellos que trabajaban con él.
 A paso rápido se metió en su oficina  y prendió la computadora y luego la TV, dejando a estos dos artefactos como únicas fuentes de luz. Sintonizó el canal de deportes, colgó el saco en el perchero, se arremangó la camisa y llamó a sus periodistas. Gonzalo presenció el silencioso desfile de cada uno de sus compañeros de la sección Interés General. Todos entraban con el gesto serio, los hombros recogidos y sin emitir sonido. Hablaban en voz baja, escuchaban el consejo, la reprimenda, la orden o la directiva, recogían la tarea y se iban con la misma sumisión que habían entrado.  Sintió que ese mismo clima se trasladaba al resto de la redacción. Los gritos de un par de horas antes se habían apagado y todo era espectral. Voces bajas y murmullos se codeaban con los diferentes canales de TV.
El domingo, en la cancha, Gonzalo se dispuso a llevar a cabo la teoría que Joaquín y Aníbal le habían contado. No le iba a dar trabajo porque Estudiantes andaba tan mal que seguramente habría un penal en contra o alguna jugada donde se requiera la presencia de ET. Y claro que la hubo. Sobre los 40 minutos del segundo tiempo y con el Pincha ganando 1-0, un defensor cometió un error infantil que el árbitro cambió por penal. El pitazo del juez enmudeció a la tribuna. El volante de Independiente acomodó la pelota, tomó distancia y corrió con violencia hacia el balón. En el preciso instante de patear, Gonzalo gritó fuerte y claro: “Telpuuuuucq”. El tiro salió elevado, muy por encima del travesaño para estrellarse en el alambrado a la altura del eufórico muchacho. La atmósfera se abarrotó de ruido y de cantos de alegría ante el fallido que le daba el triunfo al local.
Gonzalo salió de la cancha y entró al diario con la alegría indisimulable de la victoria. Saludó a la recepcionista, luego a los paginadores y siguió la marcha rumbo  a la oficina de Deportes, sobre el final del pasillo. Pero justo antes de llegar, desde Información General salió una voz de la penumbra que lo detuvo.
- ¡Rodríguez! Vení, vení, no te vayas.
La sonrisa se le borró de la cara al enterarse que el mismo ET lo llamaba a su oficina. Aun acelerado, se interesó.
- Sí Esteban, decime, ¿qué necesitás?
- Así que venís de la cancha. Que buen triunfo metimos ¿no?
- La verdad que sí, este año no venimos muy bien en el torneo.
- Claro. Y por eso usaste mi nombre para mufar a Independiente en el penal ¿no?
Enmudeció. No supo qué decir ni cómo explicarlo. Se petrificó.
- No te hagas el boludo, sé perfectamente lo que se dice de mi y no me extraña que te hayan ido con el cuento. Lo de la cancha fue de casualidad, estaba parado un par de tablones arriba tuyo y gritaste tan fuerte que te escuché. Igual siempre hay un boludo que me nombra a mi o a Quiricocho o a cualquier otro mufa que anda dando vueltas. Quedáte tranquilo que no me molesta, hasta lo disfruto. Me protege de todos los boludos que andan por acá y me da beneficios únicos porque nadie me jode.
Siempre en silencio, agachó la cabeza como para seguir oyendo el sermón.
- Yo soy único. Acá nadie me toca el culo porque creen que soy mufa. El imbécil de Aníbal ni me mira, Joaquín se agarra los huevos cada vez que lo saludo y Toti me grita “Telpucq” como si eso me molestara. Ellos se ríen de mí, pero soy yo el que me voy a cagar más de risa cuando los vea arrastrarse porque la Vieja les va a dar una patada en el culo.
- Pero…
- Ta bien, no hace falta que me digas nada. Te llamé para contártelo y para que sepas que conmigo no se jode. Y sacate la mano de los huevos que no te va a pasar nada.
Aterrado, Gonzalo salió de la oficina de Información General y se metió en la de Deportes. Tomó las órdenes de su Jefes para trabajar, hizo lo suyo y se fue sin pronunciar una sola palabra. Al pisar la vereda, un bocinazo lo sacó de la somnolencia.
- Subí Rodríguez, dale.
- Pero yo voy para City Bell.
- Yo también. Dale subí.
El viaje le pareció eterno. ET manejaba con tranquilidad y hablaba sin parar del diario, de la Vieja, de sus compañeros y del periodismo en general. Gonzalo apenas escuchaba, estaba sofocado por el miedo y no veía la hora de llegar. Pensaba en lo que le podía pasar, en el auto quemado de Aníbal, en la suerte de los pateadores que recibieron la maldición al momento de los penales. Con un ademán indicó que ya había llegado su destino y que tenía que bajarse.
- De verdad Rodríguez, déjate de joder con la boludez esa de los mufas. Viajaste conmigo, Esteban Telpucq en auto más de 8 kilómetros y no te pasó nada. Es puro cuento. Nos vemos mañana en el diario. Cuidate.
Cerró la puerta, tanteó el bolsillo para sacar las llaves de su casa cuando escuchó una frenada. Levantó la cabeza y vio como el Renault Twingo turquesa de ET se estrellaba contra un camión de basura que estaba en la esquina. Suspiró, sonrió y recién ahí soltó el testículo derecho que tenía agarrado con su mano izquierda desde que había entrado al auto.