lunes, 9 de abril de 2012

Reflexiones sobre el bidet


El sábado me encontré con una imagen televisiva que no me sorprendió, pero que me generó la siguiente reflexión. Charly García daba su show en el Quilmes Rock y la transmisión en vivo estaba a cargo de TN, con su programa “La Viola”. Gordo, con una permanente insólita, y uniformado con un guardapolvo color gris (al igual que todos los integrantes de la banda) se escuchaba el ruido inconfundible de la música, el coro de una cantante y la voz ronca y desgarrada de uno de los hitos del rock nacional.
A la risa, la burla y la sensación de vergüenza, le siguió un sentimiento de indignación imposible de descargar hasta ahora. Lo que estaba esa noche sobre el escenario de River no era Charly García, era y es la imagen residual de lo que la sociedad considera alguien “sano”. Un ser que perdió toda identidad y conexión con su mundo y que se sostiene por un cóctel químico que es legal. El otro Charly, el que era flaco, sin dientes, manchado de pintura, borracho y drogadicto, no le caía bien a nadie (al menos a los popes mediáticos y moralistas que lo despreciaban), pero  así era su naturaleza.
Subyugado por los ansiolíticos, esta imagen genera un poco más de tristeza que la anterior. Pero claro, ahora es un ser “saludable”, que se recuperó de las adicciones y vive feliz. Lo que las pastillas tapan es que Charly sigue tan enfermo como antes o quizás peor. Apenas canta, se mueve con claras limitaciones y toca el piano como un acto reflejo del enorme talento que posee.
Ahora es un buen alumno que cumple con todas las normas sociales establecidas. Es una estrella de rock que se “ordenó”, que ya no toma, no se droga, que tiene una novia joven y que termina los recitales sin cagarse a trompadas con su banda. Eso no es Charly.
La hipocresía de esta sociedad, encarnada en la industria rockera y su eco mediático, celebra la recuperación por encima de todo. Ignoran la pérdida de la libertad, el hostigamiento y el desconocimiento de lo individual. Claro, eso es vivir en sociedad. Pero algunos seres, generalmente artistas de toda índole y rubro, eligen vivir por afuera de las normas sociales, escritas y no escritas. Optan por ser libres, vivir como su naturaleza les manda. Y así era Charly hasta que lo enterraron en un volquete de psicofármacos. Vivía del aire, tomaba, se drogaba, cantaba mal, tocaba peor y se peleaba con su banda. Pero era él. Despreciable para muchos, pero con una autenticidad invalorable para otros.
El circo celebra que Charly cerró con éxito el Quilmes Rock. Nadie se detuvo en la enorme paradoja que una bebida alcohólica (una de las adicciones del músico) fue sponsor de la mentira. Nadie analizó si cantó bien, si su repertorio fue variado o si la música estuvo acorde al show. Todos celebraron la vida de un artista que perdió la batalla con la sociedad.
Charly García es la imagen de la derrota. Es la antítesis del paradigma rockero. Hoy vive sin problemas entre drogas legales y socialmente aceptadas. Hasta se deja ridiculizar con una permanente que antes no hubiera aceptado. Charly perdió, ya no decidirá cómo vivir y mucho menos, cómo morir. Say No More.